Tomado de Periodismo Sin Fronteras
El hombre no está hecho para gobernar a otros hombres. El poder corrompe, por eso el gobierno debe ser limitado y los poderes deben estar separados. Esa es una norma bíblica.
En la época de Samuel, los hijos del sacerdote Elí eran
corruptos y gestionaban favores espirituales, igual los hijos de Samuel, a
quienes éste nombró jueces, se dejaban sobornar y “pervirtieron el derecho”
haciendo de cuenta que Dios no existía.
Israel tuvo los jueces que se merecía: corruptos. Y tuvo los
reyes que se merecía: corrompidos que oprimían y robaban al pueblo. Israel
desechó la guía de Dios y adquirió lo que merecía.
Igual sucede hoy en nuestros países. Desechando a Dios y
abrazando el Humanismo (ya sea por ignorancia o por maldad), suben al poder los
presidentes, congresistas y jueces que se merecen: Corruptos, ladrones,
degenerados y bandidos.
Estas personas han sido elegidas para velar por la
Constitución (incluso si ésta es mala, como en el caso de Colombia), y deberían
aplicar las leyes como lo ordena la Constitución, no como les parece a ellas.
Pero el resultado ha sido otro. Los corruptos en el poder
juzgan desechando la Constitución, acomodan la Carta a su manera y, desde el
Congreso, el Ejecutivo y la rama Judicial, se reciben sobornos para favorecer a
los sucios que les dan el dinero para perpetuarse en el poder.
En Colombia vemos cómo el poder Ejecutivo se tomó el poder
por completo desde las épocas de Juan Manuel Santos quien, con el contubernio
de Álvaro Uribe y el Centro Democrático (partido de “oposición”) violó el deseo
soberano de la voluntad popular expresada en el plebiscito que ordenó terminar
con los diálogos con las FARC. Santos, Uribe, Cuba y las FARC negociaron la
traición a Colombia y decidieron colocar un presidente que garantizara a todos
impunidad, que no permitiera que se encarcelara, por ejemplo, a los terroristas
marxistas ni a los que se lucraron con los sobornos de Odebrecht. Ese
presidente consensuado fue Iván Duque.
Aunque juró defenderla, Duque siguió adelante con la
destrucción de la Constitución, pasándosela por la faja.
El senado y la cámara de Representantes, entretanto, se han
convertido en un prostíbulo donde venden sus servicios al mejor postor. Son
ellos quienes hacen las leyes necesarias para traicionar al electorado e,
incluso a sus partidos. Los congresistas saben que no serán eternos en sus
curules, y buscan asegurar su futuro económico y el de sus familias. Así que
reciben los cheques de sobornos para concebir leyes que beneficien, no al país,
sino a las corporaciones, a los monopolios como el de Sarmiento Angulo, socio
de los robos marca Odebrecht. Igual hacen los fiscales y jueces. Hay dinero
para comprar a todo el mundo, y todas estas personas, incluido el Ejecutivo,
están dispuestas a recibir montones de dinero para poder retirarse habiendo
acrecentado fabulosamente sus fortunas.
Los congresistas se venden, entonces, a los grandes negocios,
a las empresas que más les paguen. Conozco, gracias a fuentes de primera mano,
muchos negociados donde nuestros “padres de la patria”, incluso aquellos que
han pasado como de derechas, rectos y honestos, han recibido pagos de millones
de dólares solo por autorizar acuerdos con multinacionales de energía, vías,
turismo, petróleo, empresas de seguridad, zonas francas, o negociar impuestos a
cervecerías, azucareros, etc. La corrupción y el ladrocinio en Colombia son
realmente repugnantes.
Para asegurar la impunidad en esta cadena de asquerosidades,
nombran fiscales amigos, jueces y magistrados compadres, ministros de la
familia. Es una plutocracia de bandidos que se pelean entre ellos mismos para
tener derecho a los sobornos más jugosos.
Los líderes cristianos, supuestamente desprovistos de las
bajezas de los carruseles de la corrupción, callan porque también reciben su
tajada. Les proveen cargos burocráticos, contratos millonarios, exenciones de
impuestos, promesas de no examinar los dineros calientes en sus iglesias y les
añaden el prestigio de ser fotografiados junto al presidente o a los
congresistas. Las ovejas esquilmadas aplauden, como en los días de Samuel,
mientras las roban y violan, pensando que toda esa suciedad es por obra y
gracia de Dios. Es la granja de idiotas.
Y los periodistas, que deberían velar y denunciar la
corrupción, no bien comienzan a mencionar un tema específico, son llamados y
negociados con publicidad estatal y de los empresarios afines al gobierno,
cheques bajo la mesa, invitaciones a los círculos sociales del poder, emisoras,
canales de televisión.
Todo el dinero para sobornar sale de los bolsillos de los
contribuyentes.
A los poquísimos periodistas que se atreven a denunciar los
persiguen judicialmente o los asesinan, a menos que se conviertan, también, en
bufones y propagandistas de los ladrones.
Sí. Se tienen los gobernantes merecidos. Los colombianos
siguen votando por esas mafias que se hacen llamar partidos políticos y luego
pasan la resaca de la decepción en parrandas vallenatas, carnavales,
campeonatos de futbol y reinados de belleza.
Por fortuna, también, están naciendo partidos políticos, como Nueva República, que se ha echado al hombro la tarea de acabar con esa feria de rateros e instaurar una propuesta política basada en los valores absolutos contenidos en las Escrituras. Los derechos absolutos son dados por Dios y nadie, ni siquiera los bandidos del gobierno, pueden desproveernos de ellos.
Por Ricardo Puentes Melo