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¿Valores absolutos morales en política?

Un 31 de octubre de 1517 Lutero clava sus 95 tesis en las puertas de Wittenberg convocando a un debate académico sobre ciertas prácticas y enseñanzas no bíblicas, especialmente la venta de indulgencias, que su Iglesia imponía sobre el ignorante populacho. Lutero no buscaba acabar con su Iglesia, sino reformar lo que estaba mal, según sus palabras.

Esto desató un cisma religioso y un movimiento político que ni el mismo Lutero esperaba. A esto se le llamó “La Reforma”.

No vamos a detenernos acá en los temas religiosos y sus consecuencias en ese campo, sino en lo fundamental del asunto: La necesidad de tener como base y única fuente autorizada para nuestra fe y nuestra manera de actuar, las Sagradas Escrituras. Eso, sin el accesorio inoculado por Humanismo para corromper las Escrituras, esto es, la ‘sabiduría’ humana que competía con la sabiduría de Dios.

Aunque las intenciones de Lutero eran solamente generar un debate académico, no una revolución -como sucedió-, el resultado fue un movimiento monumental.

En el Renacimiento se definieron esas dos grandes corrientes que son las que dividen el mundo: El Humanismo, que es anticristiano, que eleva al hombre al lugar de Dios, decidiendo lo bueno y lo malo, enseñando que el hombre es ‘perfectible’ y puede decidir por sí mismo lo que más le conviene, negando a Dios en su filosofía o en sus actos (o en ambos aspectos), y en las religiones y filosofías donde se mezclan Humanismo y Cristianismo, esta corriente equipara al hombre con Dios y lo pone a competir con Él en cuanto a sabiduría y decisiones sobre formas de comportamiento. La otra corriente es el cristianismo de La Reforma, que enseña, por el contrario, que el hombre es pecador y que sus decisiones en contravía de Dios, por tanto, jamás serán lo ideal para él.

El Humanismo, ateo y anticristiano, siempre ha existido. Pero como corriente filosófica académica, entra con fuerza en el siglo XV. Hasta Tomás de Aquino cayó en esta corriente y fue él quien introdujo el Humanismo (cuya máxima es regresar a los valores de la Antigüedad: paganismo, dioses falibles, humanos semidioses, relajación moral, etc) a la Iglesia. Y ahí permanece hasta hoy.

Pero el tema estrictamente religioso no es lo que nos mueve en Nueva República, sino las aplicaciones políticas, las consecuencias en el orden moral, con valores cristianos, tanto en la vida en familia como en sociedad.

Empecemos por mencionar que sin la Reforma, sin principios cristianos, no existiría el Constitucionalismo.

La Constitución americana es hija de la Reforma, mientras que el Constitucionalismo de la Revolución Francesa fue la respuesta del Humanismo a la propuesta de la Reforma.

Las Constituciones son “invento” y consecuencia de la Reforma. Es la propuesta de los cristianos frente a las jerarquías ‘infalibles’ y humanistas religiosas, es la propuesta de los cristianos frente a la monarquía absoluta.

Así como en cuanto a la salvación las personas tienen responsabilidad individual sobre sus decisiones, en el mundo ‘terrenal’, en el constitucionalismo original el individualismo es vital, hay responsabilidad personal y derechos personales. Por ello es que el Humanismo (llámelo comunismo, izquierda, centroizquierda socialdemocracia, tercera vía, etc) usa ese invento cristiano -la Constitución- para diseñar su propia constitución anticristiana, atea, donde se atenta contra la vida, la creencia en Dios, y se sublima “el bien común” sobre los derechos individuales, y se diluye convenientemente la responsabilidad individual.

La primera Constitución del mundo es la federal norteamericana, en 1787, donde plasman la necesidad de un gobierno limitado y representativo, con federalismo y derechos civiles.

El primer intento de aplicar las normas divinas en la constitución de una sociedad sucedió cuando 102 personas salieron huyendo de Inglaterra, embarcándose en el Mayflower, en Plymouth. Ellos estaban escapando del absolutismo y buscaban una tierra donde pudieran aplicar los principios bíblicos en sus vidas y en la sociedad que querían construir. Sin embargo, en un primer intento de un código de convivencia, aplicaron una norma que no es un principio cristiano: Impusieron una vida comunitaria donde no existía la propiedad privada y donde todo lo producido era comunal, nadie podía disfrutar del ‘fruto de su trabajo’, según este principio bíblico. Por supuesto, el modelo aumentó la pobreza, el descontento y la pereza, ya que nadie quería trabajar porque al final de cuentas iba a recibir como si hubiera trabajado. Por fortuna, pronto se dieron cuenta de que este modelo no era de ningún modo cristiano, y lo desecharon. Respetaron la propiedad privada, el trabajo de cada cual producía su fruto para él y su familia. Y a los que no les iba tan bien, le aplicaron otro principio bíblico: la caridad cristiana.

Así que el Constitucionalismo nace del cristianismo. Así como las normas divinas estaban escritas, las normas de vida en sociedad, basadas en esas máximas cristianas, también deberían estarlo.

El modelo federalista copiaba la teología federal de la alianza en el Antiguo Testamento con las 12 tribus de Israel. Igualmente, se dejó claro que las autoridades deberían ser modelos morales y los mandatos limitados y controlados.

Sin cristianismo, sin Biblia y sin personas que consideraran las Escrituras como referente y fuente de valores morales absolutos, no hubiera existido el constitucionalismo.

En la tradición humanista -anticristiana- el Estado es un dios secular (igual a la antigüedad greco-romana), proveedor infinito de favores, gracias y privilegios para quienes le rinden culto. Acá la responsabilidad individual se diluye y solo se espera “lo que se me debe, gratis y ya.

El constitucionalismo no basado en valores cristianos, es decir, el humanista, el alejado de las Escrituras, es una mala y perversa copia con los resultados que vemos hoy por toda nuestra América Latina y en muchísimos países del mundo.

Por ello es que el Humanismo (llámelo izquierda, Tercera vía, comunismo, marxismo, etc) hace esfuerzos monumentales por tener sus propias constituciones sin los valores cristianos que la inspiren. Los humanistas saben que el cristianismo, y el tener la Biblia como fuente de valores, son la única talanquera contra las pretensiones absolutistas, globalistas y degeneradas de aquellos que quieren imponer su agenda del Nuevo Orden Mundial que solo trae miseria, caos, depravación y destrucción de la humanidad.